A raíz de una conversación al termino del año pasado, recordé el articulo que ahora les comparto, en las discusión o conversación se tenía un sumo cuidado, no solo de lo que se decía, sino además como se decía. Esta excesiva delicadeza, quizás necesaria en estos tiempo de alta sensibilidad, nos convierte en infantes sociales; es un tema que es atemporal, conversemos.
¿Y si Clint Eastwood tuviera razón? Hacia una sociedad adolescente
El irresistible avance de la corrección
política es una señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la
sociedad occidental, reflejada con pavorosa nitidez en su universidad, de donde
precisamente proviene.
En la genial novela de de Philip Roth, La mancha humana, la vida del decano universitario Coleman Silk se
desmorona tras interesarse por dos estudiantes que han faltado a todas sus
clases, “¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han
desvanecido como negro humo?” pregunta en el aula. Desgraciadamente para
Coleman, uno de los aludidos resulta ser afroamericano y, cuando llega a sus
oídos la pregunta, la interpreta como un ataque racista. Aunque no había ánimo
ofensivo en sus palabras, puesto que jamás había visto al estudiante, Silk es
acusado de racista, cesado como decano y despedido. Sin otra universidad
dispuesta a contratarlo, su economía familiar se deteriora rápidamente. Padece
el rechazo de la comunidad, el repudio de amigos y conocidos y, en el colmo de
la desdicha, su esposa sufre una apoplejía a causa del estrés y fallece.
“Numerosos profesores norteamericanos son censurados o expulsados de
las universidades porque sus discursos, o siquiera sus apreciaciones, turban a
un alumnado cada vez más sobreprotegido e infantilizado”
Aunque el decano Silk sea un personaje de ficción, Philip
Roth refleja las vivencias de infinidad de profesores norteamericanos
censurados o expulsados de las universidades porque sus discursos, o siquiera
sus apreciaciones, turbaban a un alumnado cada vez más sobreprotegido e
infantilizado. Porque no se ajustaban a lo políticamente
correcto.
¿Universidades o jardines de
infancia?
Hace poco más de dos años, según realtó Judith Shulevitz,
estudiantes de la Universidad de Brown
organizaron un debate abierto sobre agresiones sexuales. Inmediatamente, otro
grupo de alumnos, temeroso de que los intervinientes pudieran exponer ciertas
ideas “negativas”, protestó ante la dirección argumentando que la universidad debía
ser un “espacio seguro” donde nada avivara los traumas de las víctimas. Las
autoridades académicas no cancelaron el acto, pero pusieron a disposición de
los asistentes su propio "espacio seguro": una sala contigua donde
cualquiera pudiera acudir para recuperarse de algún punto de vista turbador, y, si se sentía con fuerzas, regresar al
debate. La estancia estaba equipada con cuadernos para colorear, juegos de
plastilina, cojines, música relajante, mantas, galletas, chuches, incluso un
video en el que aparecían perritos jugando. También contaba con personal
cualificado para atender posibles traumas. Cuando el evento finalizó, dos
docenas de personas habían pasado por esta sala, una de las cuales explicó:
"me sentía bombardeada por unos
puntos de vista que van en contra de mis creencias más íntimas".
En otra ocasión, un profesor del Columbia College recomendó
la visita a una interesante exposición de arte samurai japonés. Inmediatamente,
uno de sus estudiantes protestó airadamente, tachando su sugerencia de
políticamente incorrecta porque podía herir la sensibilidad de los alumnos
chinos. Obviamente, la objeción era absurda; la invasión de China por el
ejército imperial japonés había finalizado setenta años atrás. Sin embargo,
para el estudiante el tiempo transcurrido era irrelevante. Siguiendo su lógica,
el arte alemán ofendería en Francia, el francés en España por la invasión
napoleónica, o el español en Flandes.
“Larry Summers tuvo la
desgraciada ocurrencia de defender teorías donde se mostraba que el coeficiente
de inteligencia de los hombres presenta una dispersión, una varianza mayor que
el de las mujeres”
Otro caso llamativo es el del ex presidente de la
Universidad de Harvard, el economista Larry
Summers, que tuvo la desgraciada ocurrencia de defender teorías donde
mostraba que el coeficiente de inteligencia de los hombres presenta una
dispersión, una varianza mayor que el de las mujeres, planteando como hipótesis
que este hecho podía influir en la asignación de puestos de trabajo en las
escalas más altas y más bajas. Automáticamente fue acusado de machista y, tras
una durísima campaña en su contra, Summers se vio obligado a dimitir en 2006.
Del oscurantismo a la ignorancia
El calvario de todos estos profesores ilustra la plaga de la
corrección política, una moda que invade los campus universitarios del mundo
desarrollado, constituyendo una asfixiante censura que, en no pocas ocasiones,
provoca dramas absurdos perfectamente evitables. Lo peor, con todo, es que
condena a la sociedad al oscurantismo, a la ignorancia. Al fin y al cabo,
Summers sólo podría haberse ahorrado el calvario falseando las teorías,
adaptándolas a la “realidad” de lo políticamente correcto o, sencillamente,
renunciando a su exposición. Por su parte, el profesor de Columbia debería
pensárselo dos veces antes de recomendar exposiciones de arte a sus alumnos
puesto que todas, de alguna manera, herirán la sensibilidad de alguien. En
cuanto a los estudiantes de la Universidad de Brown, para evitar sobresaltos
tendrían que renunciar a organizar debates abiertos.
"La universidad no puede ser un 'espacio
seguro'. El que lo busque, que se vaya a casa y abrace a su osito de peluche"
Richard Dawkins
El irresistible avance de la corrección política es una
señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la sociedad
occidental, reflejada con pavorosa nitidez en su universidad, de donde
precisamente proviene. Tanto despropósito llevó a Richard Dawkins, profesor de biología evolutiva de la Universidad
de Cardiff a advertir a sus estudiantes, con indisimulada indignación: "La
universidad no puede ser un 'espacio seguro'. El que lo busque, que se vaya a
casa, abrace a su osito de peluche y se ponga el chupete hasta que se encuentre
listo para volver. Los estudiantes que se ofenden por escuchar opiniones
contraria a las suyas, quizá no estén preparados para venir a la
universidad".
La corrección política es producto de ese pensamiento
infantil que cree que el monstruo desaparecerá con solo cerrar los ojos. Pero
la maduración personal consiste justo en lo contrario, en descubrir que el
mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el mal
existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad, el sufrimiento. Y, por
supuesto, en aprender a rebatir los criterios opuestos. En su esfuerzo por
hacer sentir a todos los estudiantes cómodos y seguros, a salvo de cualquier
potencial shock, las universidades están sacrificando la credibilidad y el
rigor del discurso intelectual, remplazando la lógica por la emoción y la razón
por la ignorancia. En definitiva, están impidiendo que sus alumnos maduren.
La trampa del “espacio seguro”
Cuando se designa unos espacios universitarios como seguros,
implícitamente se está marcando otros como inseguros y, por lo tanto, tarde o
temprano habrá que “asegurarlos”, hasta que cualquier opinión desconcertante
quede prohibida en todo el campus. Y, si esto es válido para la universidad,
¿por qué no trasladarlo a la sociedad en su conjunto? Así, la represión se
extiende como mancha de aceite, prohibiendo palabras, términos, actitudes,
estableciendo una siniestra policía del pensamiento.
“En la práctica, es la autoridad quien acaba dictaminando lo que es
políticamente correcto y lo que no. Y lo hace, naturalmente, a favor del
'establishment' y de los grupos de presión mejor organizados”
Desde el punto de vista conceptual, la corrección política
es incongruente, cae por su propio peso. Dado que no todo el mundo opina igual
ni posee la misma sensibilidad, no es posible separar con rigor lo que es
ofensivo de lo que no lo es, establecer una frontera objetiva entre lo
políticamente correcto y lo incorrecto. Hay personas que no se ofenden nunca;
otras, sin embargo, tienen la sensibilidad a flor de piel. La ofensa no está en
el emisor sino en el receptor, Así, en la práctica, es la autoridad quien acaba
dictaminando lo que es políticamente correcto y lo que no. Y lo hace,
naturalmente, a favor del establishment y de los grupos de presión mejor
organizados.
La corrección política es una forma de censura, un intento
de suprimir cualquier oposición al sistema. Y es además ineficaz para afrontar
las cuestiones que pretende resolver: la injusticia, la discriminación, la
maldad. No es más que un recurso típico de mentes superficiales que, ante la
dificultad de abordar los problemas, la fatiga que implica transformar el
mundo, optan por cambiar simplemente las palabras, por sustituir el cambio real
por el lingüístico.
"Es un error juvenil confundir los nombres
con las cosas. Las palabras son sólo signos convencionales para identificar
objetos o hechos: son estos últimos los que cuentan" W. E. B. Du Bois
Lo expresó de forma certera el defensor de los derechos
civiles W. E. B. Du Bois en 1928. Tras ser recriminado por un joven exaltado
por usar la palabra "negro", Du Bois respondió: "Es un error
juvenil confundir los nombres con las cosas. Las palabras son sólo signos convencionales
para identificar objetos o hechos: son estos últimos los que cuentan. Hay
personas que nos desprecian por ser negros; pero no van a despreciarnos menos
por hacernos llamar 'hombres de color' o 'afroamericanos'. No es el nombre...
es el hecho". En efecto, ni la discriminación, ni el racismo, ni cualquier
otro problema, se resuelven por cambiar los nombres. Como mucho, se logra
tranquilizar la mala conciencia de algunos.
Y el resultado es... Donald Trump
Hay mucha gente en el mundo, demasiada en España, que, al
parecer, carece de la madurez emocional o de la capacidad intelectual para
escuchar una opinión política que se aparte de sus convicciones sin
considerarla un insulto personal. Al poner los sentimientos por encima de los
hechos, de las razones, cualquier opinión válida puede ser desactivada
tachándola de racista, sexista, discriminatoria. Puede que a estas personas la
corrección política les haga sentirse más cómodos, pero a costa de instaurar la
cultura del miedo en los demás. Clint Eastwood declaró: "Secretamente,
todo el mundo se está hartando de la corrección política, del peloteo. Estamos
en una generación de blandengues; todos se la cogen con papel de fumar".
Aun así no era plenamente consciente del peligro que se avecinaba: tarde o
temprano el virulento efecto péndulo invierte las magnitudes, la gente acaba
hastiada de tanta censura, y como reacción... vota a Donald Trump.
Renunciar al libre discurso, al libre pensamiento, para
evitar herir la sensibilidad de algunos es peor que estúpido: es peligroso
porque pone en cuestión los principios de la democracia. Debemos ser
respetuosos con todo el mundo, por supuesto. Pero también expresar con libertad
nuestras ideas y argumentos. Si alguien se molesta, se rasga las vestiduras, es
muy probable que esté mostrando su talante inmaduro, su carácter infantil e
intolerante. Lo advirtió George Orwell en su novela 1984: "La libertad es
el derecho de decir a la gente aquello que no quiere oír".
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Javier Benegas y Juan M. Blanco
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